El incunable número 1

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Recuerdo perfectamente el día que le comenté a mi socio Pedro la posibilidad de editar una obra de grabados que había investigado a fondo en los días previos en la Biblioteca Nacional de España: “Es un Apocalipsis, pero no sé, se trata de un libro de grabados…”, le dije.
Corría el año 2008, finales del mismo concretamente. Por aquel entonces ya habíamos editado con cierto éxito dos obras facsímiles: La Leyenda de la Santa Faz, con la Biblioteca Apostólica Vaticana y La España Artística y Monumental de Jenaro Pérez de Villaamil, custodiada en una biblioteca privada.
El reto de escoger bien una tercera obra que nos consolidara en el mercado del facsímil en España era demasiado grande. El título elegido podría, casi literalmente, o llevarnos a lo más alto o tocar seriamente nuestro proyecto editorial. Expresado en términos taurinos diríamos que podríamos salir a hombros por la puerta grande o con los pies por delante por la enfermería.
La obra en cuestión era “Apocalipsis cu figuris”, o Apocalipsis con Figuras, del gran artista Alberto Durero, ejemplar que custodiaba la Biblioteca Nacional bajo una signatura tan evocadora como “Incunable número 1”.
Fuimos a ver la obra juntos, como cada vez que tenemos que tomar una decisión trascendente y recuerdo su entusiasmo al verla: “¡¡¡Hay que hacerla  inmediatamente, sin duda alguna!!!”. Dicho y hecho, nos pusimos manos a la obra dándole incluso preferencia sobre otras dos obras en las que ya estábamos trabajando previamente: El Theatrum Orbis Terrarum, de Abraham Ortelius y el Civitates Orbis Terrarum, de Braun y Hogenberg.
Mis reticencias iniciales no venían dadas por la importancia de la obra o lo fascinante de la ejecución artística de la misma (eso estaba fuera de toda duda), sino más bien por el hecho de que se trataba de una obra en “blanco y negro”, lejos de los lujosos manuscritos iluminados en vívidos colores y adornados con oro que habían sido el leivmotiv de la creación de nuestra editorial.
Algunas de las propias obras citadas antes, que ya habíamos hecho o que estábamos editando en aquel momento, también eran libros de grabados o litografías, pero con un importante matiz, estaban iluminadas a mano (Civitates, Atlas de Ortelius) o mostraban una variedad cromática en tonos sepia como la España Artística y Monumental. Editar una obra en cruda tinta negra se nos antojaba arriesgado, por muy Alberto Durero que fuera su autor.
Sin embargo, dentro de nuestra filosofía (en nuestro ADN empresarial, como suele decirse ahora muy rimbombantemente) estaba arriesgar, innovar y no hacer siempre lo mismo que hacían otros.
Como no podía ser de otra forma la obra fue un éxito incontestable. Y ahora que está a punto de agotarse no puedo dejar de sentir tristeza,  al fin y al cabo fue la obra que hizo que todos en el sector empezaran a hablar de CM EDITORES.
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