Poco se imaginaba Alberto Durero, mientras agonizaba el siglo XV, que uno de sus diseños ondearía en miles y miles de administraciones públicas de toda Europa más de 500 años después.
Arsène Heitz era un joven pintor de Estrasburgo, que trabajó de 1950 a 1955 en el proyecto de la actual bandera europea.
Debido a que apenas hacía cinco años del fin de la mayor de todas las guerras, la Segunda Guerra Mundial, se le pidió expresamente que no utilizara ningún elemento para la bandera común que tuviera un trasfondo religioso o de contenido político. Y eso es lo que aparentemente hizo.
La elección de doce estrellas doradas de cinco puntas dispuestas en círculo sobre un campo azul se vendió como una representación de los ideales de unidad, solidaridad y armonía entre los pueblos de Europa.
Sin embargo, el autor del concepto artístico de la bandera, Arsène Heitz, no quería irse a la tumba con su mayor secreto. En el año 2004 (casi cincuenta años después) declaró en una revista “haberse inspirado al leer pasajes del Libro del Apocalipsis con el texto: «Y apareció en el cielo un gran signo: una Mujer revestida del sol, con la luna bajo sus pies y una corona de doce estrellas en su cabeza» (Ap 12:1)” y por supuesto, en la famosa iconografía que Alberto Durero desarrolló sobre este pasaje.
La Historia del Arte es un camino con muchas bifurcaciones y no es raro encontrarse ideas, diseños y conceptos que fluyen en insospechadas direcciones.
Conociendo el temperamento del genial artista alemán, seguro que no hubiera dudado en reclamar derechos por su creación, como hizo con el emperador Maximiliano cuando supo que en Italia copiaban sus grabados, pero esa es una historia para otra ocasión.
La próxima vez que vean ondeando de su ayuntamiento u organismos más próximo la Bandera de Europa, acuérdense de Alberto Durero.